Comentábamos la semana pasada que a nuestro sistema nervioso le interesa más el dolor que el placer. Es un asunto de adaptación al entorno. Si le pongo más atención al cálido sol de la mañana que baña mi espalda que al león que me viene persiguiendo, me come el león. Entonces, por herencia genética, cuando nuestra atención tiene que decidir dónde posarse, elige el riesgo. Es por eso que gana la ansiedad en tiempos de incertidumbre: el futuro de mayor riesgo se impone. 

 

Para revertir el efecto de una dosis de riesgo, necesitamos al menos tres cucharadas de belleza, asombro, amor, risa, vitalidad, entusiasmo o asombro, por nombrar algunas. Es así de simple, y está demostrado que son al menos tres. Además, estas emociones placenteras nos ayudan a entender y a aceptar nuestros dolores, y a aprender de nuestros errores. Entonces, podemos buscar lo placentero como estrategia para integrar todos los aspectos de nuestras vidas, con la seguridad que no estamos huyendo de los problemas. 

 

La táctica: buscar activamente experiencias placenteras. Ponerle atención y detenerse a saborear el pan de la mañana, el sol que entre por la ventana, la sonrisa de un hijo, lo limpio que me quedó el piso después del aseo del finde, cualquier cosa sirve. Mirar humor en YouTube o ver comedias en Netflix también. Y procurar que sean al menos tres cucharadas.